Publicidad y Chistes, Multiplicadores del Sexismo

«¿Quiere decir, que una MUJER, puede abrirlo?» La fotografía que ilustra este post, trata de vender ketchup haciendo un chiste, al insinuar que el envase es tan, pero tan fácil de abrir que hasta una mujer puede abrirlo. No me causa risa, sino que me indigna. Tal vez pase por aburrida, pero no me hacen reír los chistes o ironías a costa de las características personales, defectos, discapacidades o género. Ayer encontré una de esas «gracias» en clave discriminatoria, expulsadas al mundo con ganas de hacer reír (original en francés):

«La mujer de 20 años es como una pelota de rugby, 30 hombres corren detrás de ella; a los 30, es una pelota de fútbol, 22 hombres corren detrás de ella; a los 40, es una pelota de básquetbol, 10 hombres corren detrás de ella: a los 50, es una bola de béisbol, un hombre corre detrás de ella; a los 60, es una pelota de tenis, cada hombre la tira de un lado a otro; a los 70, es una pelota de golf, todos la arrojan bien lejos…»

Era una chica, tal vez orgullosa de estar aún en los 20 y sin ganas de preguntarse que sería de ella a los 60, si insistía en identificarse con esta barbaridad, lo que demuestra, cuan necesaria es la educación con perspectiva de género, a pesar de la opinión de algunos que califican los esfuerzos por la equidad como una exageración y a los intentos por establecer un lenguaje no sexista, un vicio feminista.

Los únicos vicios, a los que nos hemos acostumbrado, al punto de verlos como cotidianos, son el sexismo y la violencia. Ambos hacen de la mujer un objeto, una cosa para jugar, usar, patear y tirar, como una pelota. La discriminación y apología de la violencia que pretende divertir, es tan evidente y nos golpea tan cerca de la narices que, por cercana, pasa desapercibida para muchos. El mensaje es que, a medida que la mujer envejece, merece menos atención y respeto de parte de los varones: ¿Que hay de gracioso en ello?

Ser mujer e identificarse con estos chistes, al punto de reír y multiplicarlo, no es un elemento menor. En general, a las mujeres no se nos educa ni prepara como sujetos, para buscar una identidad propia, ni tener conciencia de nosotras mismas; se nos educa, tradicionalmente, para que sean otros quienes nos interpreten. En el marco del patriarcado, ofrecemos una reciprocidad engañosa, que sólo muestra el reflejo de las definiciones de otros sobre nosotras. ¿Quiénes son los otros? Pues los hombres.

No podemos desconocer que la construcción de la alteridad en la cultura patriarcal, pasa por la definición de los atributos de la mujer y su valor, en función de la importancia y valoración que le da el hombre. Si bien la división de los sexos es un hecho biológico, la asignación de roles no lo es. Así, la mujer se define como madre de los hijos del varón, esposa de su marido, «mujer de», para y por los deseos, necesidades y atributos que otro nos otorga.

«La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades» decía Aristóteles y, a continuación, Santo Tomás decreta que la mujer es «un hombre fallido», un «ser ocasional». Si pensamos en nuestra sociedad, basada en modelos organizativos y filosóficos greco-judeo-cristianos, es fácil advertir de donde viene esa dificultad para definirnos por nosotras mismas y ser eco inconsciente de los dichos de otros sobre nuestra naturaleza.

Pero la realidad no es inmutable; si las mujeres no nos definimos a partir de nuestro esencial, es porque tampoco hemos incorporado, en tanto género, como llevar a cabo este proceso. Todavía no llegamos a configurar el «Nosotras» para crear otra visión del mundo. Decidir ser una sujeta, independiente de alteridades externas, implica, dentro del patriarcado, un desafío y un esfuerzo titánico. No por nada luchamos por el fin de la discriminación, a favor de la igualdad, por nuestros derechos, contra el sexismo a todo nivel. Es una lucha, de la cual no todas las mujeres hacen eco; para muchas, aún es mucho más fácil y cómodo, por fuerza de la costumbre y el refuerzo social, seguir siendo un eco de sí mismas, una «bella sin alma» que espera a su «príncipe» para  confirmar sus roles y atributos en el mundo construído a favor del patriarcado. Como dice Simone de Beauvoir:

«Negarse a ser otro, rehusar la complicidad del hombre, sería para ellas renunciar a todas las ventajas que puede darles la alianza con la «casta superior». El hombre…se encargará de justificar su existencia. Junto con el riesgo económico, evita ella el riesgo metafísico de una libertad que debe inventar sus fines sin ayuda…»

El sexismo y la violencia no pueden tolerarse, menos podemos reírnos, ya que nos descalifican; está en cada una de nosotras desarrollar la capacidad de indignarse ante la más mínima intención de hacer de nuestro género, un motivo para la burla, la discriminación y la violencia. La raigambre cultural sexista se cambia desde dentro; cambia cuando las personas deciden no aceptarla, no multiplicarla y se atreven a señalarla como patrones inaceptables de la convivencia social; para ello es necesaria una actitud alerta y consciente, sobre los mensajes que circulan a diario y que representan de manera directa o simbólica, la idea de la mujer como objeto.