¿Cómo se llega a ser Mujer, Feminista y Musulmana?

Soy mujer, feminista, musulmana. Estas tres condiciones respecto a mí, son cosas que he llegado a ser, en ese orden.

Se nace con sexo femenino, pero ello sólo significa un determinismo biológico. Nací mujer y  he elegido vivir como mujer. Decidí ser y vivir como feminista. Me sentí llamada a ser musulmana y opté por escuchar ese llamado.

La mujer que soy, con mi manera de pensar, actuar y sentir, mi manera de ver el mundo y a mí misma, no es producto de mi sexo, sino de la historia que he recorrido desde que salí del vientre de mi mamá. Lo mismo vale para todas las mujeres. Aun naciendo en el mismo país, ciudad, año, aún aquellas que son hermanas de sangre, no tienen la misma historia.

Cada mujer es única en su manera de interactuar con la realidad. Por ello, no se puede hablar de identidades; pretender que existe una identidad unívoca en función de la raza, la geografía y la religión es una pretensión arrogante. Las mujeres compartimos experiencias comunes pero la manera de vivir aquellas experiencias no es igual. Y aquí se genera un derecho: El de la Identidad. Si cada una es diferente a las demás, aun si compartimos las mismas vivencias y coincidimos en ideas, tiempo, lugar y visión, tenemos derecho a no ser etiquetadas, sino a ser respetadas y consideradas valiosas en nuestra particularidad.

Feminismo y Activismo

La participación como activista social, como líder política, como ciudadana comprometida en torno a una causa es, en la historia de la mayoría de las mujeres y en la propia, una acción compulsiva: Viví algo que me sacó de la zona de comodidad y me empujó a la reflexión sobre mi condición de mujer y luego al activismo.

A fines de la década del 80, una de mis mejores amigas y compañeras de colegio, quedó embarazada. Fue expulsada, mientras el chico que la embarazó siguió muy tranquilo asistiendo a clases. En esos tiempos, una chica en esa situación no podía terminar la secundaria, ni menos asistir a la universidad; a pesar de que la ley dejaba a discreción de las autoridades de cada colegio, decidir si le permitía o no dar exámenes libres; mi colegio era de raíz fuertemente católica y no lo permitió; una manzana podrida podía contagiar a las demás.

Sin embargo, algunas nos organizamos, discutimos, presionamos; movidas por nuestro cariño hacia una compañera y la sensación de injusticia, sin darnos cuenta, hacíamos activismo y a través de ello, reflexionábamos sobre que significaba ser una adolescente en el Chile dictatorial de los 80. Logramos que ella rindiera exámenes libres. Ese fue como un disparo a la conciencia y si bien no todas terminaron haciendo de la militancia un componente de su vida, estoy segura, por sus menajes de apoyo, de cariño y respeto que recibo de ellas hasta hoy, que  miran la vida con perspectiva de género.

Luego, yo experimentaría en carne propia la brutalidad del patriarcado: Abandono, discriminación, violencia, el sello de “ilegítima” en el acta de nacimiento de mi hija, las dificultades ante la justicia para conseguir su justo derecho a la pensión de alimentos, y así, tantas cosas. Lejos de sentirme vencida, reflexionaba sobre mi situación, sacaba lecciones, pensaba en maneras de solucionarlo, me daba cuenta que yo no era la única, que había un sistema que permitía dicha situación, que muchas mujeres estaban preguntándose lo mismo y así, de manera natural, pasé de vivir condiciones generales de manera particular a luchar por el cambio como parte de un colectivo. Me rehusé a ser una víctima: No podemos evitar el primer golpe, pero no por caer una vez, tenemos que quedarnos siempre en el suelo.

No por ello soy una resentida, término facilista empleados por algunos machistas de percepción limitada, para clasificar a toda mujer con conciencia social de género. Me pregunto si dirán lo mismo de las Madres de Plaza de Mayo, empujadas al activismo a partir de la violencia de estado, que de manera brutal y tirana, se metió en sus casas para arrebatarles a sus hijos; o pensarán lo mismo de las mujeres que son violentadas sexualmente, cuando se organizan para pedir cambios de leyes y penas efectivas para sus agresores.

Una alta conciencia social no se logra en desmedro de una profunda capacidad de amar. Esto de las «odiosas» es un cliché y un prejuicio. Al contrario, es justamente por esa conciencia respecto a ser parte de una comunidad lo que aumenta la sensibilidad. La verdad es, que no hay resentimiento en el activismo, sino esperanza de que la vida en sociedad debe ser mejor para todos y todas, así como voluntad para colaborar en ello.

La Cuestión del Poder

Milité, tuve cargos políticos, poder de acción, decisión e influencia. De aquí obtuve lecciones importantes: El poder no tiene carga positiva o negativa en sí, son los fines los que lo dignifican o pervierten, por lo tanto, con respecto al poder, lo que determina si es bueno o malo no es el ¿Qué? Sino el ¿Para Qué?

Con respecto a las mujeres, la relación con el poder es compleja: luchamos por alcanzar el poder y esta lucha la damos todas juntas como iguales. Pero una vez una o algunas se hacen con él, comienzan los problemas: por un lado, porque entramos a una lógica de poder patriarcal, con sus improntas y bestialidades y, por otra, porque basta que una mujer tenga poder en un ambiente tradicionalmente reservado a los hombres, para que las otras comiencen con celos, envidias, críticas y mezquindades. Y esto ¿Por qué?

La mayoría se encoje de hombros y dice: “las mujeres somos así”. No es verdad. Hemos aprendido a ser así, se nos ha educado para buscar la legitimación de nuestros actos en función de nuestras relaciones con los varones y competir con las otras mujeres: “Se buena cocinera… para cuando te cases”; “Se buena esposa… sino te dejará por otra” y así, mil y un mensajes que dichos día a día, repetidos a los largo de la vida y reforzados por la sociedad en su conjunto, hace que sea muy fácil vernos como iguales cuando ninguna destaca, pero basta que una eleve la cabeza por sobre la media y ya mismo las mismas mujeres la tachamos de ambiciosa, trepadora y prostituta.

La dificultad de la relación entre las mujeres y el poder, mejorará cuando des-aprendamos lo que hemos aprendido a través del patriarcado. No nos olvidemos que es el patriarcado quien nos moldea a su propia conveniencia. Parte de esta conveniencia es que las mujeres compitamos entre nosotras, así nuestras luchas serán siempre estériles y no habrá posibilidades de contrapeso a su poder. En esto se ha avanzado, pero no tanto como quisiéramos.

Lo grave de la dificultad queda demostrado en dos hechos complementarios: Por un lado, las pocas mujeres detentando cargos de poder y decisión (y en las pocas de ellas que hacen algo efectivamente por promover a las otras mujeres); por otro, en la resistencia de las mismas mujeres a reconocer a otra como líder o conductora (por ejemplo, véanse las críticas a la Presidenta de la Argentina, las más fieras vienen de las propias mujeres y se refieren a cuestiones relacionadas con lo femenino como la ropa, el cabello, las carteras etc.)

Estos dos aspectos de la relación de las mujeres con el poder generan un círculo vicioso que entorpece los avances del género hacia la plena igualdad: Las mujeres con poder, al verse acorraladas por sus congéneres, buscan apoyo en los varones, reproduciendo y perpetuando los estilos patriarcales de ejercicio del poder, gracias a las mismas mujeres y la falta de conciencia para des-aprender conductas y visiones relacionadas con la competencia y cambiarlas por un enfoque de sororidad.

En nuestra relación con el poder, tenemos que buscar alternativas para crearlo, ejercerlo y compartirlo en un estilo diferente al ya conocido, que ha probado no ser efectivo para el tamaño e importancia de nuestras demandas de género. Introducir mujeres en órganos de poder no soluciona nada de manera definitiva. Muchas feministas son brutales usuarias de las maneras del patriarcado, otras usan el discurso feminista para lograr poder, el cual no les interesa compartir ni menos promover en base a la sororidad y una que otra que se dice feminista hace trato con el patriarcado para mantener su posición, sin dejar avanzar a las demás. De nada sirve luchar para ganar la pelota del poder si seguimos jugando con las reglas de los chicos.

Esa Esquiva Sororidad

De acuerdo a la Carta de las Mujeres a la Humanidad, la Sororidad es un pacto político de género entre mujeres que se reconocen como interlocutoras. No hay jerarquía, sino un reconocimiento de la autoridad de cada una. Está basado en el principio de la equivalencia humana, igual valor entre todas las personas porque si tu valor es disminuido por efecto de género, también es disminuido el género en sí. Al jerarquizar u obstaculizar a alguien, perdemos todas y todos. En ocasiones, la lógica patriarcal nos impide ver esto.

La sororidad tiene un principio de reciprocidad que potencia la diversidad. Implica compartir recursos, tareas, acciones, éxitos… Reconocer la igual valía está basado en reconocer la condición humana de todas, desde una conceptualización teórica de lo que significa.

Otro aporte de la sororidad es dar a conocer las aportaciones de las mujeres para construir la valoración no sólo de la condición humana sino de sus hechos. La cosa no es “cómo nos queremos”; la clave está en que nos respetemos, algo difícil porque no estamos educadas en el respeto a las mujeres. Se trata de enfrentar la misoginia, grave problema que causa grave daño a la participación.

La sororidad es la base real, la razón y el fin del Feminismo: cualquier teoría, actividad o estrategia, que no la tenga como fundamento o meta, no es feminismo: Es patriarcado, colonialismo, pose, absolutismo ideológico, pero no feminismo legítimo ni útil. Soy porque todas Somos.

Feminismo y Neocolonialismo

Una muestra flagrante de la falta de sororidad de algunas concepciones feministas, es aquella que genera pensamientos de liberación barnizados de colonialismo; un feminismo hinchado de soberbia que supone que la única teoría válida y la única manera de liberar a las mujeres es a partir de postulados y estrategias concebidas en el primer mundo: Europa, Estados Unidos, y que al resto de las mujeres sólo les compete seguir, copiar, obedecer.

Yo me rebelo ante este tipo de feminismos; implican un ejercicio patriarcal con faldas así como un colonialismo intelectual, basado en el desprecio a saberes generados fuera de los márgenes del discurso dominante; implica un elitismo intelectual y un vergonzoso racismo en el cual las mujeres no blancas, no europeas, no formadas en el feminismo de academia son, como lo grafica muy bien la activista siria Wadi Syr respecto al cliché de esta corriente sobre la mujer árabe :”…esas pobres sumisas y oprimidas sin capacidad de decisión ni autonomía sobre sus propias vidas

El feminismo de la igualdad, basado en la sororidad y no en ese Despotismo Ilustrado de “todo para las mujeres, pero sin las mujeres”; reconoce en la igualdad el derecho a disentir, a tener una visión diferente, a no estar de acuerdo con algunas visiones feministas y sobre todo, a no ser considerada inferior por ello. La sororidad exige de nosotras revisar la propia misoginia; cada una tiene que ir descubriendo dónde, cómo se nos aparece, cómo nos legitima para dañar a las otras. También hay violencia cuando algunas discriminan los saberes y aportes generados lejos del primer mundo, sólo porque no coinciden con su propio postulado Etno-céntrico.

Al respecto, Teresa Maldonado, española, sostiene lo siguiente:»La adjetivización del feminismo es discutible..» según esta autora, el feminismo no admite contexto diferentes al tradicional ya que ella no acepta que «…sea una etiqueta susceptible de estirarse para abarcar todo análisis que se defina como tal..»* Mi pregunta es: ¿Quién define aquello que puede ser considerado «como tal»? ¿En función de que referencias?

El feminismo, en la práctica, como todo lo vinculado a lo humano, no está ajeno a la dialéctica de la interacción con el contexto, por lo tanto es plenamente susceptible de ser contextualizado, bautizado, re-nombrado, re-pensado. Si convocamos a todas las mujeres, no pretendamos que nos sigan como borregos sin darles el derecho a pensar, a crear saberes, a compartirlos, a disentir o definir una identidad diferente a la que ha sido dada.

En este sentido, no vale para nada el argumento de que ciertos feminismos son más legítimos porque han producido más libros o hay más autoras que lo representan. Este argumento es absurdo y ridículo. Hay mujeres pensantes en todo el mundo. Habría que revisar cuales son los mecanismos que impiden que sean visibilizadas.

No se trata de olvidar o desconocer el aporte de la Revolución Francesa en el inicio del debate sobre las libertades y de cómo este llevó finalmente en la época moderna al concepto de Derechos Humanos, ni menos satanizar a las teóricas feministas del comienzo. Se trata de: Aceptar que la teoría feminista se enriquece cuando admitimos saberes diversos y nos damos la oportunidad de des-construir aquellos que dábamos por seguros y admitir que como feministas militantes, y como mujeres poseedoras de una sabiduría natural, tenemos la responsabilidad y el derecho de generar nuevos conocimientos, experiencias, posturas y que estas sean respetadas e incluidas.

Apoyando esta visión, la compañera Asiah Pacheco sostiene: “Si decir amén a todo lo que dicen en Europa y considerar que nos tienen que guiar por alguna especie de derecho divino – que es para mí la continuación de lo que fue y es el espantoso colonialismo europeo/ yanqui que ha devastado al mundo entero y se lo ha comido- es ser inteligente, yo me declaro no inteligente y bien tonta”.

Nuestro Desafío : Pensar y Actuar Localmente

Lo que subyace en esas buenas intenciones es una condescendencia lastimosa hacia las mujeres de otras latitudes, así como una concepción mesiánica muy inapropiada. Y es en gran medida por nuestra propia culpa, ya que hemos aprendido a esperar todo de afuera y nada de nosotras. Sin embargo, reflexionemos al respecto: ¿Pueden, aquellas que dicen traer la salvación, saber mejor que nosotras lo que es vivir aquí, sufrir aquí y cargar con nuestra historia? ¿Qué nos pueden enseñar que no sepamos ya? Y si no lo sabemos aún, la respuesta no está afuera en todo caso.

No hay que dormirse en los laureles y asumir que todo ya está dicho ni menos creer que necesitamos algún tipo de autorización para disentir o que perdemos nuestra validez como feministas o activistas de género al hacerlo; como dije al principio, la identidad es una construcción personal, producto de nuestra historia y de las conclusiones que sacamos respecto a ella; ser feminista implica, entre otras cosas, ir asumiendo esta construcción de cada una como sujeto, como parte de un colectivo y en el mundo, en el aquí y ahora. El feminismo está relacionado con el empoderamiento individual y con el del colectivo.

El Movimiento Feminista, no puede permitirse tener vacas sagradas. Lo único sagrado es el derecho de cada una de nosotras a alcanzar nuestro máximo potencial y visibilidad, con la ayuda de todas. Faltan muchos saberes y herencias por incorporar; en el caso de Latinoamérica, todavía hay mucho que hacer por el rescate de la cosmovisión femenina precolombina e investigar como esta se hace presente e influye,sólo para citar un ejemplo de los ricos acervos que poseemos en tierra propia.

Como sostiene Marcela Lagarde, feminista y antropóloga mexicana: “La alianza de las mujeres en el compromiso es tan importante como la lucha contra otros fenómenos de la opresión y por crear espacios en que las mujeres puedan desplegar nuevas posibilidades de vida”. 

Nadie nos puede liberar, sólo nosotras mismas; tenemos que encontrar por nuestro propio esfuerzo y reflexión las llaves que nos permitan abrir los portones mentales que nos mantienen prisioneras de un patriarcado, como lo conocemos, importado a nuestro continente por los mismos que ahora dicen tener en sus manos las soluciones de nuestra liberación.

Mi convicción es que el feminismo no es transferible. Cuando aceptamos el concepto de universalista para el feminismo en las condiciones descritas anteriormente, caemos una vez más, en la trampa de los espejitos de colores de la globalización: Feminismo universal para quienes tienen el apoyo económico, político y logístico para hacerlo; Globalización, para quienes tienen poder militar para exportar sus conceptos de libertad, mercado y democracia y arrasar con las culturas y modos de vida particulares que no pueden “universalizarse” ni “globalizarse”. Así que, en mi opinión, consenso en los valores y metas ¡Sí!, universalismo a secas ¡No!

Cada mujer debe generar su propia manera de promover la igualdad en su contexto y descubrir in-situ formas específicas de sororidad y participación. Esto puede hacerlo militando o no, sintiéndose feminista o no, la sororidad no es una teoría académica, es una práctica cotidiana.

No copiemos un modelo que, siguiendo nuevamente a Wadi Daghestani :”…pretende ser válido a nivel universal, descontado del contexto histórico de cada pueblo, o el desarrollo del mismo. Puede que todas estemos combatiendo una lacra común, el machismo en todas sus manifestaciones, sin embargo, la forma de llevarlo a cabo está fuertemente arraigada a las costumbres, la mentalidad o la tradición de cada país, y nadie mejor que nosotras mismas, desde dentro y conocedoras de esa verdad, para enfrentarnos a ese patriarcado delimitado por la estupidez humana”.

*Teresa Maldonado en Debates Feministas: Laicidad y Feminismo