Foto: Descansando mis pies luego de la subida. Se ven mal, pero el logro se sentía bien
En mayo de 2009, subí el Waynapicchu, la montaña que se ve detrás de todas las fotos del complejo arqueológico de Machu Picchu. Ubicada a 2.634 metros sobre el nivel del mar, muchos de los turistas que visitan las ruinas suben la montaña. Hay que hacer esto temprano, porque el acceso al Huaynapicchu está restringido a una cierta cantidad de personas por día. Hay dos horarios de subida: a las 7 y a las 10 de la mañana.
Ese día nos fuimos con mi amiga Bethany hasta Ollantaytambo, un pueblito encantador, donde se toma el tren para Machu Picchu. Después de llegar y comer algo, nos montamos en el convoy; luego de dos horas de viaje bien dormidas, llegamos hasta Aguascalientes. Nos alojamos en el Hotel «La Cabaña» donde yo había trabajado como administradora un año antes.
Al día siguiente, a las 5 de la mañana estábamos en la fila de turistas, esperando tomar el primer bus para subir a la ciudad de piedra.
Si estoy acordándome de esto, es porque lxs seres humanxs tenemos mala memoria y en momentos de debilidad o problemas, nos olvidamos de lo que somos capaces de lograr.
En el mes de Marzo de 2009, me había torcido gravemente el tobillo, gracias a las piedras ancestrales de la ciudad de Cusco, que se ponen tan resbaladizas al mínimo contacto con la humedad. Me rompí los ligamentos y el dolor era constante y agudo. Todo el día, todos los días. Para el mes de Mayo, la situación no era mejor. Los tejidos curan con el tiempo, a su propio ritmo y no hay medicamento que pueda acelerar ese proceso, ni píldora de Ibuprofeno que lo pueda hacer más soportable.
Pero mi experiencia aquella vez subiendo el Huaynapicchu me demuestra que la desolación no es la respuesta única y definitiva a una crisis. Que incluso en medio del dolor es posible avanzar. Mis propios pies lo confirman.
Ese día de mayo, que fue un día caluroso, Bethany y yo tuvimos el privilegio de ver el amanecer en Machu Picchu: El sol saliendo e iluminando las ruinas, repitiendo las mismas caricias de hace cientos de años atrás. Pero ese no fue el único privilegio que tuve. En ese viaje también me probé a mi misma.
Es un hecho que en nuestro camino, tendremos innumerables momentos de pérdida y de desolación interior. La vida nos sacudirá y dolerá. Una y otra vez. Me pasa que a veces me cuesta dejar de mirar las heridas y los moretones o abandonar la sensación de que estaba a punto de ser arrastrada por las circunstancias.
Yo he descubierto que la fortaleza es un aprendizaje, un entrenamiento a partir de los errores y del dolor. Es además, un aprendizaje en etapas y escalas, sin umbrales ni limites. Por su parte, la inseguridad y el miedo, así como la culpa, son paralizantes.
Fotos: La fe en una misma paga de mil maneras… como con esta vista
Yo creí en mi misma. Ese día me puse vendas extras y salí. Subí la montaña, con decisión. Escalé durante una hora, sintiendo los aguijones de mis tejidos destrozados punzando una y otra vez, a cada minuto, en cada pisada, en cada piedra… y llegué. Tuve la recompensa de una vista maravillosa de las ruinas de Machu Picchu, el premio del aroma de las flores que crecen en la cima, del aire purísimo que desordena el cabello y el sol… tan cerca y tan radiante que comprendo porqué los Incas lo adoraban como su Dios.
Tengo esa foto de mis pies como testimonio de mi Fe en la vida. Sin fe en que podemos superarnos, no hay superación. Todo comienza con creer. Porque, después de todo, luego de cada caida, yo me he levantado con mayor confianza en mi misma, con mayor conciencia de la fortaleza que he ganado, la valentía que he aprendido. Mi pie vendado e inútil en la foto, me recuerda que incluso cuando estaba lastimada y dolida yo pude avanzar. Caminar hacia adelante no es una cuestión de anatomía, sino de actitud. Es la lógica de la vida.
Ahora, cada vez que recibo un golpe de la vida, yo revivo ese día. Quería ver las ruinas y las ví. Quería subir a la montaña y la subí. A pesar del dolor.
Los nativos de Los Andes, tienen una expresión en Quechua para explicar su actitud ante los problemas: Manan Manchakug. Esto significa «Sin temor». Vivir sin miedo significa aceptar los problemas y reconocer, con valentia, que estos duelen; abrazar las dificultades como desafíos a nuestra capacidad de crecer y aprender de nosotras mismas, de ir más allá, de buscar la recompensa, la belleza, la meta que nos espera si tenemos el coraje de pasar el túnel de los malos periodos.
Las heridas del alma, las decepciones, los tragos amargos, tal como los ligamentos de mis pies, curan con el tiempo y la dedicación que pongamos en sanar.
Lección Aprendida: Recordar QUIEN SOY y SER SIN MIEDO. MANAN MANCHAKUG
Debe estar conectado para enviar un comentario.