Nada es más personal que la conciencia espiritual. La elección de un camino religioso y la manera en que se vive, es una dimensión de lo íntimo cuya influencia en lo público y lo político es innegable.
Cuando decimos que lo personal es político significa que no existe división entre las dimensiones privada y pública de la vida de una persona. Existe la vida, y la vida se influye y retroalimenta a sí misma desde todos los ámbitos. Implica además reconocer el derecho de cada persona a elegir como se hace parte de lo político. La religión, de la creencia o no en lo divino es fuertemente política. No sólo porque constituye un poderoso poder fáctico, sino porque es una dimensión en la cual es individuo basa sus acciones.
En la sociedad occidental, es común aceptar la influencia de la religión, en lo temporal y lo espiritual, como una cuestión cotidiana; se reconoce que “lo personal es político” respecto a la mayoría de las religiones; se acepta que una persona tiene derecho a creer, elegir, vivir, expresar su opción y a relacionarse con lo divino como desee, siempre y cuando respete el mismo derecho a los otros; se reconoce su condición de “sujeto político”.
Existe una tendencia -que raya en el estereotipo- respecto a las mujeres como actores políticos y sociales: Se las concibe despojadas de una creencia manifiesta: La activista, la líder, la emprendedora, son pensadas como mujeres sin religión- que no es lo mismo que decir que no tienen una vida espiritual- y se considera este hecho como positivo.
Sin embargo, es difícil para esos mismos considerar de igual manera la vivencia espiritual de una persona vinculada al Islam como expresión política de lo personal, sobre todo si es mujer. En este caso, se atribuye la elección del islam como un hecho espurio; se despoja a la conversa de su condición de “zoon politikon”; se le retrotrae a la pasividad y se cargan sobre ella los prejuicios que pesan sobre el imaginario de género respecto a la mujer musulmana. Y esto, ¿Porqué?
El Islam, en tanto que creencia que propone un modelo de sociedad y gobierno así como en su dimensión de vivencia personal, ha sido relacionado con un sistema autoritario y patriarcal, opresivo de las mujeres y contrario a las libertades inherentes del ser humano. Siempre se ha hablado del Islam en occidente y no siempre de una manera amigable. Los medios de comunicación contribuyen a la mantención de los prejuicios y la desinformación, ofreciendo la mayoría de las veces una visión atemorizante, especialmente en relación con la libertad de la mujer y la igualdad de género.
En el caso específico de los roles y relaciones de género, es generalizado el imaginario de la mujer musulmana como un agente social pasivo, oprimido por un patriarcado omnipotente, sometida al varón como objeto sexual y mercancía, sujeta irremediablemente a la tiranía del hiyab (velo islámico), sin ningún tipo de derechos.
El Islam es una de la creencias de mayor crecimiento en occidente y es posible encontrar comunidades de musulmanes conversos en toda América Latina. Incorpora, además, cada vez a más mujeres. La perspectiva de género no sólo debe visualizar la voz de la mujer, sino dar cabida a todas las voces.Aunque la mayoría considere que la genuina libertad está en abandonar las religiones, ha llegado el momento de considerar que existen mujeres que integran lo sagrado como vivencia cotidiana y que esta elección constituye una expresión de la mujer en tanto que “lo personal es político”, en uso de su poder de decisión e influencia en la vida social.
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