Mi Hijab, Mi Cuerpo: Una Musulmana Feminista Sobre El Acoso Callejero

Mujer musulmana vistiendo según el código islámico

Ya lo dijo Astor Piazolla en la Balada para un Loco: “Las callecitas de Buenos Aires, tienen ese que se yo, viste?” . Ese “que sé yo” tiene para mi, al menos, un nombre: acoso callejero o «street harrassment» esa opresión verbal y física, que invade el espacio personal y la libertad de circular y que toma ribetes que van desde lo graciosamente despreciable hasta lo insultante o hiriente.

Argentina es una sociedad acostumbrada a la desnudez: En la Tv hay programas de baile en los cuales las chicas bailan con ropa muy pequeña y la cámara hace close-ups directos a sus senos y su pubis en repetidas oportunidades. También es normal que sus traseros estén en primer plano mientras se mueven. Más de una conductora se ha desnudado mientras hacía el programa sólo porque sí. La mayoría de las revistas de farándula tienen siempre a alguna mujer semi-desnuda en la portada. Las revistas pornográficas se exponen en los kioscos a la altura de los ojos, y cualquier transeúnte puede ver las cubiertas, donde aparecen hombres y mujeres desnudos en posiciones sexuales.

En todas las veces que salgo a las calles de la capital federal por motivos de trabajo o personales, no han faltado desagradables episodios en los cuales he tenido que soportar violentas expresiones de acoso. Sólo para ilustrar de qué estoy hablando, les mencionó algunos de los “halagos” que he recibido, por ejemplo, en la boletería del tren: “Que linda eres, ¿Quieres compañía?”, “Pareces una muñeca oriental, te como toda!” “Hola mi amor, quieres probar a un Macho Argentino?”, “Que buen par de tetas!” “Que rico culo debes tener debajo de esa falda amor!”

Esto sin mencionar que más de una vez y aprovechando que tanto el tren, el bus o el subterráneo van tan llenos que no cabe una aguja, algún señor se ha frotado contra mi aprovechando los vaivenes del viaje. No quiero decir con esto que la totalidad de los hombres argentinos sean así, si bien los machismos de todos tamaños y texturas son pan de cada día.

Tal vez ustedes estén pensando que soy una mujer de belleza deslumbrante o que ando por la calle con ropa que deja ver mis atributos. No soy nada de esto, y en todo caso, si lo fuera, eso no justifica el acoso. Yo no cumplo en lo absoluto el estereotipo de belleza argentino: No soy rubia, alta, de piernas largas, cuerpo delgadísimo de top model, ni ojos claros. Tampoco soy una “morena caliente” al estilo Jennifer López.

Mi tipo es claramente latino, sin traza europea alguna. Esto significa que soy bajita (1.58 cms), de ojos oscuros y sí, tengo curvas.  Eso no justifica el acoso sexual en la calle. De hecho, para el estereotipo argentino de belleza, mi talla es sinónimo de “Gorda”.

La idea de «Ir cubierta» admite variaciones según lugar, estación y decisión personal

El acoso no tiene que ver con la visibilidad de mis cuerpo, porque cuando salgo a la calle este no es fácilmente visible. Soy una mujer musulmana que sale a la calle cubierta. Y cuando digo cubierta me refiero a que visto un Jilbab o un pantalón con un minivestido que cubre el triángulo del pubis y un Hiyab. El Jilbab puede ser un vestido de una pieza o bien una falda amplia hasta los tobillos y una camiseta con mangas largas. El Hiyab, en este caso entendido como pañuelo islámico envuelve mi cabeza, cuello y parte de mis hombros. Solo es posible ver mi cara y mis manos. Nadie me obliga a vestir así, es mi decisión. Tampoco me cubro por miedo a provocar los deseos de los hombres sobre mi persona. Tengo muy claro que nada en mí puede evitarlo.

Si el acoso sexual no es una cuestión de belleza o de cuanta ropa cubre el cuerpo, es entonces una cuestión de poder. El poder para cosificar a una mujer en el espacio público, a través de expresiones o avances físicos de connotación sexual, para mostrarle que lo publico no es su lugar natural y que si no desea ser molestada, debe volver al mundo privado: El hogar.

Y en este sentido, yo pienso que si estuviera vestida como «una mujer más», no llamaría la atención para nada y hasta sería considerada dentro de la categoria de “No sexualmente atractiva”, por lo tanto, creo que el imaginario social con respecto a la mujer musulmana en una sociedad de raíz occidental y altamente erotizada como la argentina, predispone a que mi presencia en los espacios públicos, sea vista como altamente provocativa, por dos razones:

La primera tiene que ver con la dicotomía vestido-desnudez. La desnudez es la forma principal de cosificación del cuerpo de la mujer en esta sociedad. El estar yo cubierta es una oposición deliberada a dicha cosificación a través del desnudo, el cual además se percibe como sinónimo de “libertad”: Una mujer exponiendo sus partes íntimas en televisión, se considera un acto de liberación femenina y hasta feminista; sin embargo, lo único liberado son las urgencias sexuales reprimidas de algunos caballeros, gracias a la exposición voluntaria de la mujer objeto. Esto además, debilita el discurso feminista sobre las capacidades e identidades particulares de cada mujer como base de su emancipación, la cual, entre otras cosas, no es sinónimo de desnudez, sino de autonomía sobre el propio cuerpo.

Si bien ir cubierta no previene el acoso, tampoco debería ser motivo de él.

Mi cuerpo cubierto, como forma de expresión de mi autonomía sobre él, desafía al patriarcado al oponerse a dicho concepto de “Liberación Femenina” que complace el sexismo de una cultura fuertemente arraigada en el poder sexual del macho sobre la hembra. Yo me declaro libre a mi manera y en este proceso no hay interés por cubrir las expectativas del machismo, lo cual crea curiosidad, alguna resistencia y alta expectativa erótica: En la mente del macho promedio, sigo siendo una mujer objeto pero “me cubro esperando que un hombre me descubra”, lo cual abre la puerta a una nueva forma de cosificación del cuerpo femenino.

La segunda razón tiene que ver con la construcción del “otro” diferente a partir del eje autoridad-subalteridad, en el cual la cultura en la que vivo representa el discurso autorizado y los elementos visibles de mi identidad religiosa son reconocidos como elementos de un lenguaje subalterno, de parte de un “otro” diferente que no es igual, no sólo porque luce o tiene elecciones de vida distintas, sino porque se le considera menor.

No es usual ver una musulmana en la calle, porque se presume que “vive encerrada por el marido bajo 7 llaves”; menos se espera verla en una marcha contra la violencia de género, dando una conferencia pública sobre Feminismo o hablando en la radio sobre sexualidad y derechos reproductivos; mi presencia real rompe todas las ideas preconcebidas y los estereotipos de la mujer musulmana, que viven en la mente occidental, bien alimentados por la industria cultural: Desde la sumisión pasiva de una mujer sometida a la violencia del macho y a la tiranía del velo, a la cual es necesario liberar y enseñar la libertad de la democracia; hasta el mito de la sultana, la odalisca, la chica del harem, silenciosa y complaciente, que esconde bajo la ropa un paraíso de orgasmos, siempre lista a la necesidad sexual del amo; sin dejar de mencionar el estereotipo étnico-cultural que hace a muchas personas suponer que soy árabe, turca o iraní, hablarme en inglés o francés o tratarme como una ignorante en base al soberbio prejuicio de que “Tú no entiendes nuestra cultura” (mi cultura es la misma de ellos, sudamericana) como si, por su parte, ellos entendiesen lo que es el Islam sólo con verme pasar.

En ambos casos, el acoso sexual actúa como estrategia de subyugación de parte del poder del patriarcado y su normatividad erótica y cultural que se resiste a aceptar un “otro” que se construye a si mismo, con un discurso propio con respecto a la manera en que declaro autonomía sobre mi cuerpo y me empodero en torno a los elementos de mi identidad. Mi presencia rompe los esquemas del orientalismo y del machismo, ya que hago uso de mi derecho a resistir la “liberación femenina” del sexismo y me rebelo contra los intentos de disciplina que pretenden hacer de mí una expresión menor de identidad femenina, cuya libre circulación y participación en el espacio público, debe ser autorizada por el falocéntrismo dominante, de lo contrario se expone a ser tratada como un objeto disponible para todo tipo de maltrato.

Publicada originalmente en Inglés en: Week Woman