HOLA MACHO PROGRE:
Te encontré en Facebook – tu trinchera de batalla- defendiendo los derechos de las mujeres y Zas! te volviste hacia mí indignado.
Me preguntaste con toda la arrogancia de saberte poseedor único del don de la Libertad: «¿Cuál es el argumento para que uses el Hiyab (Pañuelo islámico)?» «A ver, explícale a mi ombligo occidental universalista omnicomprensivo libertario ¿Por qué te vistes así? ¡Es que a mí no me gusta!»
Tus opiniones sobre mis opciones, no son mis opciones, ok Macho Progre. ¿Qué tal… Porque me sale del coño? A mi no me interesan las opiniones teológicas ni culturales de otros machos como tú, sobre las razones por las cuales debo o no vestirme como quiero. Sobre mi vida no te debo explicaciones.
Cuéntame tú a mi ¿Por qué te las debo? Lo que faltaba es que yo tenga que explicarte a tí sobre mis elecciones de vestuario. Más bien, desde tu asumida superioridad de género y cultural, explícame:
¿Por qué nunca criticas lo que tu cultura ha hecho con la mía?
A ver, a ti que hablas de libertad por los codos, nunca te vi quejarte de la permanente expoliación de la naturaleza y las mujeres como consecuencia de lo que TU PAIS hizo en MI TERRITORIO, América Latina:
¿Por qué nunca has revisado con ese ojo azulito y libertario, la historia de las colonizaciones y la depredación brutal sobre el ecosistema y los cuerpos de las mujeres a que dio origen?
¿Por qué no hablamos de la parte de responsabilidad de tu sociedad «Civilizada y Progresista», en el tráfico laboral y sexual de las mujeres que tratas de salvar de su forma de vestir?
¿Por qué no estás igual de indignado, por el retroceso en los Derechos Reproductivos de las mujeres del mundo desarrollado al que dices pertenecer?
Yo ya te vi, porque el velo, por más que insistas, a mi no me ciega.
Ya vi que toda mujer que no se someta a tu idea de feminismo, se carga tu molestia. Para ti, sólo hay patriarcado y opresión cuando se trata de mujeres musulmanas o racializadas y hombres de piel morena y/o barbudos.
Pero ¿Esto es así? ¿Es que sólo hay Patriarcado cuando se trata de mujeres musulmanas y hombres de piel morena y/o barbudos? ¿Es que toda la opresión femenina puede ser explicada en un trozo de tela de 70 x 150 cms.?¿De dónde te salen esas ínfulas de superado y la convicción de que NO eres parte de todo eso?
Ah ya. Ahora me sales con el argumento de que en algunos países musulmanes a las mujeres se las castiga por no llevar Hiyab. Es verdad. Te digo más: Se las castiga por conducir, por escribir un blog, por ser disidentes políticas y defender los derechos humanos. No necesitas educarme. Yo creo que es terrible que se nos obligue a las mujeres a usar la ropa que no deseamos; que se censuren nuestras opiniones o se deslegitime nuestro activismo; que nos obliguen a tener sexo o a tener hijos que no queremos, o a recibir una paga injusta. Me rebelo contra la idea de ir presa por recurrir a un aborto en Chile o por bailar en los tejados en Irán.
Lo que tu soberbia no te permite ver, macho progre, es que en todos estos casos, el problema no es la apariencia de las mujeres, ni sus creencias, ni su raza ni su cultura, sino la obligación que pesa sobre nosotras de ser de una manera o de otra, para contentar a machos de uno y otro lado, incluyéndote a ti. El problema no somos nosotras y nuestras decisiones, sino ustedes, TU TAMBIEN, y sus imposiciones.
Macho progre: Tu espíritu libertario me violenta. Tu progresismo es tan hegemónico y androcéntrico como el Islam dogmático de los Talibanes y los Wahabis que denuncias: Tú quieres mandar sobre mi libertad y mi cuerpo tanto como el Islamista, tanto como el político Pro-vida, tanto como el Feminicida.
Aunque tu resistencia a mi estilo de indumentaria no es comparable a recibir 40 cuchilladas por celos, sí es parte de la misma cadena de ideas que hace de las mujeres objetos minorizados y alterizados, débiles y pasivos, incapaces de decidir, sin poder de resistencia, en necesidad de protección por antonomasia. Tu quieres anular mi voz tanto como el clérigo que me prohíbe hablar en la mezquita. Tú eres parte del problema.
No, no te hablo desde el respeto. Tú me faltas el respeto, cada vez que me hablas como si yo fuera incapaz de comprender la realidad y necesitara de tu catecismo que desautoriza mi visión, mi experiencia y mi objetivos con respecto a mi misma y la realidad que vivo. No. No te hablo desde el respeto, porque el respeto de alguien que me considera inferior no es respeto. El respeto se da entre iguales. Los iguales no cuestionan las decisiones de otrxs con espíritu policíaco, las analizan juntos.
Dime tú ¿Qué estás haciendo en concreto para reafirmar nuestro derecho a vestir como queramos? Además de hablar desde tu ombligo, que te dicta que tu salvación blanca, atea, rubia y europea es la solución universal a problemas interseccionales… ¿Qué estás haciendo, más allá de negar nuestra agencia para identificar, resistir y desmantelar las estructuras de opresión que nos dictan como vivir y hasta como ser libres? ¿Quién te necesita por lo demás? Hace tiempo que las mujeres del «tercer mundo», como nos llamas, las musulmanas, negras, latinas, inmigrantes o trabajadoras domésticas de tu barrio, aprendimos a sacar la voz y hablar por nosotras.
Tú y tu vanidad son parte del sistema que nos oprime. Ya lo sabemos. No nos engañas, macho progre. Tú eres un hijo sano del Patriarcado, tiranizando a las mujeres que no piensan ni viven como tú crees que deberíamos, con una falsa bandera de respeto y libertad; ejerciendo violencia con tu altanería, que no libera a nadie más que a tu orgullo viril. Me atacas por mi apariencia, ante la incapacidad de contra-argumentar al fondo. Que progresista.
Lo que las mujeres hacemos o dejamos de hacer con nuestro cuerpo, vida y creencias, dejará de ser un tema político de los hombres para ser nuestra cuestión político- personal, cuando tú y los machismos de todo tipo, sean musulmanes, católicos, ateos, marxistas, trotkistas o anarco-socialistas se callen de una vez. Cállate tú un buen rato. Tú y los que son como tú, dejen hablar y resolver a las mujeres, como sujetas que somos; las únicas con legítima autorización para opinar sobre nuestras realidades y decidir que hacemos con ellas.