Que la Muerte de Farkhunda no Sea en Vano: El Movimiento Continúa

En marzo del 2015, una turba violenta e histérica incendió y mató a una mujer, pasaron por encima de ella con un coche, hicieron su rostro irreconocible, y arrojaron su cadáver en el río Kabul. Miles de espectadores vieron esto como si fuera un espectáculo para ser disfrutado, sin intervenir, con adición a la brutalidad.

¿El crimen de la mujer? «Quemar el Corán», lo cual, como la evidencia demostró, sustancialmente, más tarde, era una acusación completamente falsa.

Para recapitular: Farkhunda Malikzada era un estudiante de 27 años de edad, de estudios islámicos, una musulmana creyente, en su camino de convertirse en un maestra. El 19 de marzo de 2015, desafió a un vendedor ambulante de amuletos que engañaba a las mujeres desesperadas por tener hijos, diciéndole que sus mercancías las ayudarían. Él respondió acusándola de quemar el Corán. Lo que siguió sacudió Afganistán y ha recibido una respuesta internacional de todo el mundo.

Sólo fueron condenados 12 de los 49 hombres acusados. 19 policías fueron llevados a prisión también, por no dar protección suficiente a Farkhunda; en última instancia, 8 de ellos no fueron penalizados. El vendedor del amuleto, que fue responsable de incitar a la multitud, no recibió una pena de muerte. Fue una indicación clara y contundente de que las mujeres no están seguras en Afganistán y que muchas ya habían tenido suficiente.

En una medida sin precedentes, fueron las mujeres en lugar de los hombres quienes llevaron su ataúd a la tumba, negándose a dejar que ni un solo hombre tocase la misma. Un mes más tarde, se llevó a cabo una manifestación para protestar por su asesinato y exigir justicia. Algunas mujeres se pusieron máscaras de color rojo sangre elaboradas a partir de una imagen de la cara ensangrentada de Farkhunda durante su ataque. El Partido Solidaridad Afganistán plantó un árbol donde estaba enterrado su cuerpo. Un grupo de activistas de los derechos humanos realizaron una puesta en escena del asesinato, que fue observaba por una multitud llorosa, profundamente afligida.

Incluso después de todo esto, el 7 de marzo de 2016, el tribunal redujo las penas de los condenados, y anuló cuatro sentencias de muerte. Protestas inmensas siguieron, y el 10 de marzo, el presidente afgano Ashraf Ghani ordenó a su gobierno reabrir el caso, insistiendo en que la justicia para Farkhunda debe ser un asunto de máxima prioridad.

El estatus legal de las mujeres afganas es complicado para sus derechos. Las leyes relativas a la custodia, el divorcio y el matrimonio infantil (16 es la edad legal para el matrimonio de las niñas, 18 para los hombres) son algunas de las que necesitan cambiar. Pero el problema va más allá de las leyes.

El Acta de Eliminación de la Violencia contra la Mujer, firmada a través de un decreto presidencial en 2009 es técnicamente ley muerta, porque casi nunca se implementó. La ley debería proteger a las mujeres contra la violación, el matrimonio forzado, el acoso y una docena de otros tipos de violencia, pero muchos jueces se niegan a utilizarlo para la sentencia y el enjuiciamiento. En muchas partes del país, los tribunales de justicia formales no se usan en absoluto para los casos que afectan a las mujeres. La gente recurre a los talibanes o los ancianos locales, que siempre son grupos exclusivamente de hombres y casi siempre tienen puntos de vista patriarcales.

Noorjahan Akbar es una activista afgana que ha sido una de las muchas mujeres afganas que luchan sin descanso por la justicia. Un año después de la muerte de Farkhanda, destaca la situación de las mujeres e insta a todos a continuar con su esfuerzo:

¿Cómo podemos esperar que las mujeres afganas protesten, trabajen y existen en los espacios públicos, si no podemos garantizar su seguridad o la justicia básica cuando se violan sus derechos? Lo que tenemos que hacer es no esperar a la siguiente Farkhunda para continuar este movimiento. Tenemos que colaborar más y abogar de forma continua por los derechos de la mujer en Afganistán y en todo el mundo y tenemos que asegurarnos de decir a nuestros gobiernos y a los hombres poderosos de nuestras comunidades que los estamos observando y los estamos haciendo responsables. Farkhunda está muerta. Hagamos que el movimiento para acabar con la violencia de género sigua vivo y de lugar a un cambio cultural real en todo el mundo, para que su muerte no sea en vano.