
Gloria Gaitán. Archivo Personal
Cada 11 de septiembre en Chile, la figura de Salvador Allende, Presidente de la República entre 1970 y 1973, emerge desde una memoria colectiva que honra su trayectoria y su legado político para una visión de país que casi fue posible, sino hubiese mediado la intervención de la CIA que, coludida con la derecha oligarca y reaccionaria, se sirvió de la traición bovina de los militares, para llevar a Pinochet al poder mediante un Golpe de Estado. Así, condenaron al pueblo a 17 años de represión, muerte y terror y a una nación completa, a convivir con la cicatriz de una grieta que, luego de 44 años, no termina de cerrarse.
Las mujeres que rodearon a Allende durante su carrera política y en sus últimas horas, sus compañeras de lucha, las que le amaron y permanecieron junto a él, proveyendo el cuidado y la tibieza reconfortante de la intimidad que hace posible enfrentar la dureza de la lucha politica, son las protagonistas silenciadas de su historia. Un silencio que al romperse, nos revela a un grupo de mujeres fuertes y leales, así como a un Allende fuera de la mitología, en su dimensión humana, de macho común y corriente, aunque nos pese.
Los siguientes párrafos son extractos del libro «Salvador Allende, Biografía sentimental de Eduardo Labarca:
Chile se cae a pedazos. Hacia afuera Allende se exhibe con “serena energía” y la frente en alto pero… humano al fin, no logra esquivar los bajones. Eso sí, las heridas se las lame solo… aunque no tan solo. Cuando una pena le corroe el alma, el Chicho desde siempre ha escuchado el llamado de la selva y salido en busca del calor femenino.
En la infancia y hasta que calzó pantalón largo, su madre venerada lo estrechaba en su pecho cada vez que se daba un costalazo. Tencha (Hortensia Bussi), esposa y primera dama, es la reina María Teresa en Versalles, con la que Luis XIV mantenía una relación fría y distante mientras corría tras la Duquesa de La Vallière, la Marquesa de Montespan, la Marquesa de Maintenon. ¿En qué regazo el Presidente, amante cíclico, encontrará consuelo?
La abogada Graciela Álvarez, cómplice inteligente y vital en su campaña de 1952, está volcada a sus labores del Seguro Social donde el Presidente la ha nombrado. Leonor Benavides, la espigada aristócrata viñamarina del mechón blanco que lo acompañó en 1958, se luce en el puesto VIP ofrecido por Salvador en el formidable edificio de la UNCTAD, actual GAM.
Inés Moreno, la actriz que brindó al Chicho plenitud en la campaña de 1964, permanece como amiga entrañable a la que suele visitar y en cuya parcela de Lo Barnechea humea, al margen de los reflectores, el asado con que el Presidente agasaja a su amigo Fidel Castro que se pasea por Chile como si fuera el patio de su casa. Pero Inés Moreno es comunista militante y Salvador no osaría descargar en ella sus angustias.

Inés Moreno. Foto: Chilean Charm
Otras actrices, Eliana Vidal, a la que llamó afligido desde Moscú cuando Brezhnev le negó los rublos para oxigenar su revolución o Marés González, a la que ha llevado a 200 por hora en su Fiat blindado con los pies descansando en una metralleta, son almas generosas pero volcadas a su arte. Quizás Negrita, la muchacha de bello rostro criollo, chispeante y siempre inesperada, podría darle consuelo, pero Negrita está por allá en su provincia. En Lima ha muerto Blanquita Barreto, amiga muy querida desde su infancia de Tacna; la colombiana Eugenia Valencia, la mujer más bella de Popayán, se encuentra demasiado lejos; Laurita San Antonio, la cimbreante cubana de pulsera en el tobillo, se esfumó como un ovni. Queda la Payita…
Cuando trabajaba en una galería de arte del barrio alto, la Payita se topó con su vecino Salvador y aterrizó por chiripa (azar) en la política. En la campaña reciente de 1970 le brindó cariño y apoyo valiosísimo y ahora dirige con eficiente buen humor la secretaría privada del Presidente en La Moneda, flanqueada por Beatriz, la Tati, hija regalona y revolucionaria del Chicho: ambas mujeres son uña y mugre.
La Payita fue una enorme compañera en la senda del triunfo y Allende cuenta con ella al mil por ciento. Su casona del Cañaveral no es solo el nido en que el Presidente degusta la torta de lúcuma que ella le prepara, sino un planeta donde pululan los cubanos, los guardaespaldas del GAP y la farándula revolucionaria, y allí los fines de semana Allende, guerrillero de guayabera, dispara al blanco alegremente con el AK regalado por su amigo Fidel. Pero la Payita se ha subido por el chorro de la revolución y mientras el Presidente observa el derrumbe irremediable de su gobierno, ella lo atosiga con su prédica triunfalista (…) Está solo y necesita como nunca un paño de lágrimas y ese paño de lágrimas llegará volando.
Gloria Gaitán y el Hijo de la Revolución
A Gloria Gaitán la conoció en Cuba en 1959 después del triunfo de la revolución. Al presentarlos, Fidel Castro ensalzó a Allende como “el que hará la próxima revolución en América Latina”. Hija del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán, cuyo asesinato en 1948 gatilló el estallido sangriento del Bogotazo, morena, esbelta, de ojos negros, bello perfil y carácter fuerte, economista dedicada con el alma a la causa de la revolución gaitanista, Gloria se siguió encontrando con Allende en la Tricontinental de La Habana y otras misas revolucionarias. Y cuando Allende, el Presidente, se entera de que Gloria está divorciada y sin trabajo, la hace venir a Chile con sus dos hijas y le confiere un puesto en Odeplan, la oficina de planificación económica. Corre enero de 1973 y a él le quedan ocho meses de vida.
“Te conocí muy tarde”, le dice el Presidente mencionando los lugares donde hubiera querido llevarla. Gloria sabe que Salvador se encuentra en estado frágil: “Yo era una María Magdalena que tenía que lavarle los pies y aligerarle la carga”. Una noche, por el ventanal observan los cerezos cargados de botones en vísperas de la primavera: “Yo no veré esas flores –dice Salvador–. Me sentaré en el sillón presidencial, me terciaré la banda y esperaré la muerte”. Otras veces repite: “Una guerra civil sería desastrosa. Necesito seis meses… ¡Sólo seis meses!” Gloria pide al Presidente el nombre del militar que organiza el golpe y le ofrece inmolarse matándolo: Allende sonríe.
“Voy a morir, pero voy a seguir viviendo en ti”, dice Salvador. La idea de un “hijo de Allende nieto de Gaitán” se va imponiendo como una esperanza casi mística. En lugar de la revolución que Gaitán no alcanzó a comenzar y la que Allende no logrará terminar, habrá al menos una creación: Gloria queda embarazada. Salvador y ella, la única persona que conoce las tribulaciones del Presidente en el umbral de la muerte, no dudan de que el hijo será varón, lo que se confirmará cuando a su regreso a Colombia tras la muerte del Chicho ella padezca un aborto espontáneo.
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