10 Ideas Equivocadas Sobre las Mujeres Musulmanas que Usan Hiyab

Hiyabi : Mujer Musulmana que usa Pañuelo Islámico o Hiyab

Estoy segura que cuando imaginas a una Mujer Musulmana, lo primero que se te viene a la mente es una mujer con un pañuelo que le cubre la cabeza. Tal vez, te la imagines con el Niqab, que sólo deja ver los ojos, a punto de ser lapidada y puede ser que tu imaginación la dibuje con Burqa, escapando de los bombardeos en Kabul.

El Hiyab, que es el nombre del pañuelo que cubre la cabeza, parte de los hombros y el pecho, se ha transformado en un símbolo de identidad de la Mujer Musulmana en la cultura popular. Sin embargo, no es lo más importante, si bien lo más visible, sobre ser musulmana. En tiempos donde la Islamofobia está en alza en occidente, una práctica que es tan personal y diversa se ha convertido en el foco y la excusa para un sinfín de malentendidos y prejuicios que nos caracterizan de una manera reducida y unidimensional.

Yo no soy una «Hijabi» de tiempo completo, por razones que no cabe explicar en esta ocasión – tal vez no cabe explicarlas, en realidad – no obstante, sí he pasado malos ratos en algunas ocasiones usando el Hiyab, debido a los prejuicios y – tengo que decirlo- la crueldad e ignorancia de personas que, sin saber nada de mí, de mi práctica religiosa, de mis ideas ni preferencias, se atreven a juzgarme desde una supuesta superioridad cultural y ética.

Es común, por ejemplo, que me traten como una extranjera, que me pregunten si hablo español o me digan que «vuelva a mi país». Al respecto, recuerdo una vez que Rodrigo Guendelman (Sí, el mismo que salía hablando en T.V. Chile contra la discriminación), me llamó extremista sólo por que mi condición de musulmana figura en mi perfil de Twitter. Otrxs, me han exigido responder solidariamente por la Mutilación Genital Femenina, la Fatua contra Salman Rushdie y la situación de Derechos Humanos en Arabia Saudita.

Estos estereotipos, síntomas de la pereza mental de quien los sostiene, en los cuales todas las mujeres musulmanas tienen la misma experiencia con el Hijab, en concordancia con los prejuicios de quienes las juzgan – sólo encasillan una variedad de sensibilidades, razones y dinámicas de mujeres diversas con esta prenda. Las siguientes son 10 ideas sobre las mujeres musulmanas que usamos el hiyab, que vale la pena analizar.

1.- Toda Mujer que usa Hiyab es una Dogmática Religiosa … y una Potencial Extremista.

Es un lugar común. Es imposible saber a partir de la ropa, cuan estricta en lo religioso una mujer es. Teresa Forcades, famosa monja feminista española, es un ejemplo de lo equívoco de este prejuicio. Este estereotipo es degradante, invasivo y pretencioso; supone que el «Hábito hace al Monje» y que la ropa limita la capacidad de pensar, reflexionar y cuestionar la propia Fe. Este cliché es similar al que sostiene que una mujer con minifalda o ropa sexy busca sexo casual. La idea de que podemos conocer y explicar la vida de las mujeres por la ropa, es sexista, cosificante y sólo revela los prejuicios de quien la enuncia.

2.- Todas las Mujeres que usan Hiyab son tranquilas y «quitadas de bulla».

¿Has oído hablar de Yuna? Es una cantante, compositora y mujer de negocios musulmana. ¿Que hay de la académica y conferencista internacional Amina Wadud? ¿De la activista egipcia Samira Ibrahim? ¿De la consultora de la Casa Blanca Dalia Mogahed? Estas mujeres tienen algo en común: Todas usan Hiyab y no tienen miedo de desafiar los estereotipos; de hecho, ellas prueban lo falsos de estos. Por lo tanto, la pregunta es: ¿Por qué se sigue representando de una manera tan reducida a las mujeres musulmanas que usamos Hiyab? ¿Quién gana reforzando estos estereotipos?

3.- La decisión de usar Hiyab es del Hombre.

De acuerdo a los preceptos religiosos, la decisión de llevar Hiyab corresponde, de manera exclusiva, a la mujer. Aunque es un mantra frecuente entre muchas comunidades musulmanas que » el Hiyab es hermoso, el Hiyab es lo que Dios quiere, el Hiyab es deber de la Mujer Musulmana», esta es, en última instancia, una decisión fundada en las creencias y aspiraciones de cada persona ya que, de acuerdo al Corán, «No hay compulsión en la Fe.»

Que se me entienda bien. Una cosa es la brutal represión a las libertades de expresión y conciencia que existen en algunos países musulmanes; en ellos se impone a las mujeres un uniforme a usar en público, so pena de castigo. Otra cosa es que, islámicamente, desde el Corán, la decisión de usar un Hiyab nunca ha sido y nunca será la decisión de un hombre. La restricción de las libertades espirituales de las mujeres y la imposición de códigos de vestuario con respecto a la identidad religiosa, se llama dictadura, no Islam.

4.- El Hiyab protege a las Mujeres de las Tentaciones/ Acoso/ Violación.

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Falacia nivel galáctico sostenida por las corrientes dogmáticas, misóginas y extremistas del Islam Político y sus Tele Predicadores, desde La Meca hasta Qatar, para justificar el control sobre las mujeres y excusar a los hombres de su actuar irresponsable. Atribuir poderes mágicos a un objeto, no sólo cae en el ámbito de la superstición, sino que además constituye Shirk  o Idolatría, lo cual implica negar un principio básico del Islam: la Unicidad del Poder de Allah.

Ningún objeto va a evitar que nos equivoquemos, que nos asalten o nos acosen en la calle. Es nuestra capacidad de reflexión, el auto-conocimiento, el auto-cuidado y el deseo sincero de manifestar en nuestra vida la compasión del corazón, la justicia en el actuar y la honestidad en las intenciones, lo que nos protegerá a nosotrxs y a otrxs de las miserias de nuestra condición humana.

5.- El Hiyab sirve para Proteger la Belleza de las Mujeres.

Otra falacia machista y vanidosa: ¿Quién decide que es belleza? ¿Que pasa con las que no calzamos con el ideal? Este argumento tramposo, esgrimido por hombres celosos e inseguros y seguido por muchas mujeres –  tal vez para sentirse especiales, meritorias y reconocidas- nos reduce a «objetos que se miran o no» y banaliza la expresión visible de nuestra identidad religiosa, a la de un mero accesorio cosmético, cuya función es informar a los demás sobre los propios atributos físicos, estilo: «Hey! mírame, me tapo porque soy linda».

Siguiendo esta lógica, si una mujer usa el Hiyab es porque su belleza es taaaann rutilante, que debe ser cubierta para no provocar descontrol y estragos… esto es un poco ególatra. Si el hiyab tiene por objetivo cubrir a las mujeres bellas, entonces el mero hecho de cubrirse sería una muestra de vanidad, una declaración de creernos demasiado bonitas. Esto contradice la idea, comúnmente aceptada, de que el uso del Hiyab es expresión de modestia, una manera de decir que no se espera la atención del otrxs.

6.- Las Musulmanas usan Hiyab porque no saben nada de Moda.

La industria de la moda Musulmana esta avaluada en 96 mil millones de dólares a nivel internacional. Al respecto, mi opción es el Hiyab Fashion inspirado por Aisha Amin. Existen además muchas blogueras musulmanas de moda y estilo de vida. También hay diseñadoras de vestuario que son musulmanas, cuyo trabajo está dirigido a todas las mujeres. En Chile, Fran Montecino es una de ellas.

7.- Las mujeres que usan Hiyab NO pueden ser Feministas.

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La mujer de la foto es la prominente escritora y feminista marroquí Asma Lamrabet, cuyo trabajo es ampliamente conocido y está disponible en Google. Es una creencia popular que las mujeres musulmanas, especialmente las que usamos Hiyab no podemos ser feministas. Este error surge, en parte, de la forma en que los medios representan a las mujeres musulmanas, que se entrelaza firmemente con características como la opresión y la dominación.

Como dijo Bel Hooks, el Feminismo es para todxs. Quien pregunta: «¿Puede una Musulmana ser Feminista?» debería cuestionarse en realidad «¿Pueden las mujeres ser feministas?» y luego «¿Por qué yo creo que algunas mujeres NO pueden?» La obligación de explicar los estereotipos está en quien los cree, no en quien los sufre.

Estos prejuicios han sido rechazados, muchas veces, por las declaraciones y actividades de las propias feministas musulmanas, quienes hemos intentado explicar cómo el Hiyab no acalla nuestra voz. Mientras que FEMEN y otras activistas redentoras, siguen tratando de «salvarnos», sus injerencias sólo sirven para reforzar los estereotipos, acallar nuestras voces y despilfarrar una oportunidad de debatir con seriedad sobre la opresión femenina y la misoginia en la que vivimos todas las mujeres.

Personalmente, uso el Hiyab cada vez que doy una conferencia, seminario o entrevista sobre Feminismo. ¿Por qué? Porque yo quiero contribuir a romper el estereotipo que dice que una mujer con pañuelo islámico no puede ser, pensarse ni re-crearse feminista.

8.- Todas las Mujeres que usan Hiyab son Casadas.

Jajajaja…… No. El uso o no uso del Hiyab NO depende del estado civil. Si una mujer decide comenzar a usar el Hiyab después de casarse, será por razones personales y no por un mandato religioso. Asumir que es el matrimonio o la presencia de un hombre en la vida de una mujer, lo que gatilla la expresión de la identidad religiosa, es una idea machista que implica que las mujeres no tenemos una vida espiritual independiente ni somos capaces de tener una espiritualidad como personas autonómas.

9.- Todas las Musulmanas usan Hiyab.

Incluso en países de mayoría musulmana, como Marruecos o Túnez, hay mujeres que no usan el Hiyab y no por esto son menos conservadoras y/o practicantes. Las mujeres musulmanas somos diversas en la manera como experimentamos nuestra Fe. Usar Hiyab es un derecho religioso; el cuándo, cómo y por qué sí o no, corresponde a cada una decidirlo, sin que le debamos explicaciones a nadie, ni para usarlo, ni para al dejarlo.

Tampoco es cierto que una vez que se decide usarlo, es imposible volver atrás. En lo que atañe a lo puramente islámico, el Hiyab es siempre una opción abierta; excepto en aquellas sociedades mediadas por dictaduras Teocrático-Políticas o en esos casos donde la presión familiar es un factor muy influyente en la práctica de las tradiciones asociadas a la religión.

Shirin Ebadi es una abogada de derechos humanos. Nacida en Irán, fue la primera mujer musulmana en recibir el Premio Nobel de la Paz. Generalmente, aparece en actos oficiales sin Hiyab, pero también hay fotografías de sus apariciones públicas en donde lo usa.

10.- Las Mujeres que usan Hiyab no tienen Voz ni Vida Propia.

En una de mis conferencias, una profesora me contaba que ella tenía alumnas musulmana Hijabis, a las cuales otras chicas siempre preguntaban: ¿Por qué eres tan oprimida? ¿Por qué no dices nada de esto o aquello?. Las mujeres que se cubren son las personas más visibles de las comunidades musulmanas y, por lo tanto, las más comúnmente atacadas por la ignorancia y la Islamofobia.

No es que las Hijabis no tengan voz ni vida propia; es que las personas no les reconocen esa voz ni las escuchan y cuando lo hacen, sólo buscan confirmar sus propios prejuicios.

A pesar de ser una religión con 1,7 mil millones de seguidores, las Hiyabis siguen siendo los fetiches exóticos racializados y la representación simbólica de la supuesta opresión del Islam. Ni los medios, ni las personas en general, parecen estar interesados en otro tipo de narrativas sobre las Hiyabis quienes, a pesar de la discriminación venida de un supuesto «Mundo Libre», han sido y seguirán siendo una vibrante comunidad de mujeres, que desafían los estereotipos, que tienen éxito como competidoras olímpicas, innovadoras científicas, prodigios médicos, académicas, pensadoras y transformadoras sociales; tan diversas como las telas multicolores que tan orgullosamente exhibimos sobre nuestras cabezas.

A Amira Osman Hamed no le Digas cómo Vestirse

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Amira Osman Hamed es una mujer musulmana que lucha por el derecho a decidir cómo debe vestirse

Cuando un oficial de la policía le demandó que se cubriera el cabello, Amira Osman Hamed simplemente se rehusó a hacerlo. «Soy musulmana y no voy a cubrirme la cabeza», dijo. Por tal motivo, la ingeniero de Sudán de 35 años fue arrestada a finales de agosto pasado y fue acusada por «vestimenta indecente».

Ahora Hamed se enfrenta a una posible sentencia de 40 latigazos si una corte la condena —el juicio ha sido pospuesto y no tiene fecha de inicio definida— Sin embargo, ella se rehúsa a vestir con una bufanda para la cabeza.

La determinación de Hamed para desafiar las reglas arbitrarias que restringen la libertad de las mujeres es parte de una ola de energía que enfrenta esos límites, notablemente (pero no exclusivamente) en los países musulmanes.

En los estados mayormente musulmanes en África, el sur de Asia, el Golfo Pérsico y en otros lugares, las mujeres demandan, de forma implacable, un trato más igualitario.

Para algunos, el asunto de si se debe cubrir o no el cabello quizás sea un tema insignificante. Pero el derecho a decidir lo que uno viste es una libertad básica. Y las reglas estrictas del gobierno o las autoridades religiosas que dictan la vestimenta de las mujeres son casi siempre la punta del iceberg, la porción más visible de una estructura que constriñe la libertad de las mujeres, quitándoles su derecho a tomar otras importantes decisiones en sus propias vidas.

Hamed ya había resistido algo similar previamente. En 2002, la activista de derechos humanos fue arrestada y condenada bajo la misma ley. Ella pagó una multa por el crimen de vestir con pantalones en público.

En 2009, la prohibición contra los pantalones enganchó a la periodista Lubna Ahmed al-Hussein y a otras 12 mujeres en un restaurante de Khartoum, las cuales vestían la misma prenda. Lubna estaba tan enojada que mandó invitaciones para su juicio y su posible castigo. Al final, los periodistas del Sindicato de Sudán pagaron la multa, pero al-Hussein no flaqueó.

Las mujeres de Sudán, dijo, son limitadas bajo el infame artículo 152 del Código Criminal de Sudán de 1991. En el país gobernado por un partido islámico con su propia interpretación de la Sharia, la ley islámica, las reglas son estrictas pero convenientemente vagas.

Las peticiones para el castigo de hasta 40 latigazos para todo aquel que cometa un «acto indecente» o vista «un traje obsceno». No es de sorprender que la ley casi siempre sea empleada contra las mujeres. Las cifras gubernamentales de 2008 establecen que 43,000 mujeres fueron arrestadas por ofensas relacionadas con su vestimenta, tan solo en la capital.

Y los casos continúan apareciendo. Hace unas semanas, la policía fue grabada dando latigazos a una mujer en la calle por subirse a un carro con un hombre. Las imágenes son estremecedoras.

La extraordinaria muestra de valentía de las mujeres desafiando las restricciones en sus vidas incluyen el caso de Malala Yousafzai, la niña de Pakistán que casi muere después de que pistoleros del Talibán le dispararan en el rostro, así como otras jóvenes mujeres, como Nujood Ali, de Yémen, quien se divorció a los 10 años y ahora hace campaña contra el matrimonio infantil y miles de otros casos.

Nadie, sin embargo, ha ganado la fama de Malala, cuyo llamado para que las niñas puedan recibir educación cruzó la línea para aquellos que piensan que las mujeres deben mantenerse subordinadas, con la sociedad bajo el total control de los hombres. Su valentía atemorizó al Talibán.

Algunos en Pakistán aseguran que Malala, ahora una celebridad, es un producto de Occidente. Pero estos brotes de valentía, estos rumores de cambio, están dándose dentro del mundo musulmán. Las mujeres musulmanas no necesitan a Occidente para que les diga que la inequidad y el estado de segunda clase para las mujeres no es aceptable.

Las reglas que aplican la inequidad son casi siempre expresadas como un mandato religioso, pero son en su mayoría el producto de profundas sociedades tradicionalistas. Estas sociedades, sin embargo, están cambiando. Las mujeres son parte de estas sociedades y muchas aceptan las restricciones, pero no todas están felices con el status quo.

Considera Arabia Saudita. En la mayoría del reino, muchas mujeres, depende de las regiones en que vivan, deben de cubrirse desde la cabeza hasta la punta del pie, vistiendo un nigab, un velo que cubre incluso el rostro, borrando esencialmente la identidad de la mujer mientras está en público. La mayoría de las mujeres saudíes están acostumbradas a llevarlo. Por ahora, las demandas para un cambio se están enfocando en otras áreas.

Las mujeres saudíes viven bajo muchas reglas. Una de las más conocidas es aquella prohibición no escrita sobre su derecho a conducir. El pasado fin de semana, un grupo de mujeres en Arabia Saudita desafiaron la increíblemente anacrónica regla que coloca a la misoginia saudí en su propia categoría.

Las mujeres saudíes han peleado por años para ganar su derecho a manejar. En 2011, cuando pensaron que quizás tendrían algo parecido a una Primavera de la Mujer Saudí, haciendo eco de las revoluciones populares en la región, las activistas organizaron el día de la conducción de la mujer. Muchas fueron arrestadas después de que se pusieron detrás del volante.

A pesar de los arrestos, trataron de hacerlo la semana pasada. Algunos hombres levantaron un clamor. Otros festejaron.

Dos hombres saudíes, vistiendo sus tradicionales kaffiyehs rojos, crearon sensación en internet con la canción parodia No Woman, No Drive, burlándose de la prohibición para conducir con una parodia del éxito de Bob Marley No Woman, No Cry. El video tuvo millones de visitas, con las letras que mostraron a quienes lo vieron la absurda lógica de la prohibición, como la aseveración clerical saudí de que manejar puede dañar los ovarios de la mujer y amenazar su fertilidad.

La imposibilidad para manejar crea una serie de problemas prácticos para las mujeres saudí, problemas que hacen que las hacen incluso más dependientes de los caprichos de los hombres. Pero otras reglas son incluso más ofensivas, como la que prohíbe que las mujeres saudís salgan de sus casas, trabajos, de estudios, de viaje e incluso que reciban tratamiento médico sin el permiso de un ‘guardían’ hombre, usualmente su esposo, padre o hermano, incluso de su hijo.

No todos los países musulmanes imponen restricciones tan terribles para las mujeres y no todos los países con profundas inequidades entre los sexos son musulmanes. Pero los peores países para ser mujer, de acuerdo al Informe de la Brecha Global de Género del Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés), son casi todos estados mayoritariamente musulmanes en África, el Golfo y el sur de Asia.

Por fortuna, esos también son países donde la mujer lucha, intentando cerrar la brecha, armadas con la convicción de que las restricciones que enfrentan no son mandato de su religión sino normas sociales que son objeto de cambio.

Y ese cambio, un llamado para los derechos humanos para todos, incluyendo las mujeres, no es una invención de Occidente. Es lo que demandan mujeres como Amira Osman Hamed cuando dice que es musulmana y que simplemente no se le dirá qué debe llevar puesto.

Fuente: Frida Ghitis para CNN México

«No Siempre Me Vestí Así» Registra Experiencias de Mujeres Musulmanas con el Velo

El velo islámico es un objeto que tiende a instigar sentimientos profundos y diversos. Su práctica y  significado se ha abusado mucho a lo largo de la historia. En el contexto de Occidente, la pregunta que un@ podría hacerse es: «En un país libre, ¿por qué las mujeres eligen el velo?»

En un modo muy íntimo y reflexivo, tres mujeres musulmanas cuentan su experiencia en torno a la memoria cultural, la identidad, la autocensura, el feminismo, la política y los medios de comunicación. Al apreciar el aspecto personal del uso del velo, este documental es capaz de articular la crítica y la reflexión mientras desafía la percepción popular y los estereotipos.

Betty Martins, realizadora brasileña residente en Reino Unido, ha producido un material de inestimable valor histórico y comunicativo, con música compuesta especialmente para el documental por la compositora de origen iraní Noura Sanatian.

El Velo Islámico en Una Perspectiva Íntima

«No siempre me vestí asi» –  I Wasn´t Always Dressed Like This en inglés-  es un documental basado en las historias personales, con un enfoque poético, de tres mujeres musulmanas de diferentes orígenes que viven en el Reino Unido. La película se centra en el hecho de llevar el velo como un proceso activo, dándole a este una perspectiva crítica e íntima.

Las mujeres musulmanas que optan por llevar cualquier forma de velo (hijab, niqab) forman parte de un fenómeno creciente. Las implicaciones de llevar un velo varían de nación a nación y de una cultura a otra. Lo que el documental hace es poner a las mujeres entrevistadas como centro de la narrativa en torno al uso del hiyab o niqab. De esta forma, se rompe el eje tradicional que construye las historias sobre las mujeres musulmanas, en las cuales somos siempre las «otras silenciosas» explicadas a partir del orientalismo, el imaginario de los medios de comunicación, el feminismo europeo y el patriarcado.

Una Cuestión de Agencia Personal

El trabajo de Betty Martins es un aporte valioso al trabajo que desde el Islam y los movimientos de mujeres se está haciendo para cambiar el discurso «mainstream» sobre las mujeres musulmanas. Este documental rompe la construcción de la mujer musulmana como objeto y del velo como símbolo de opresión, poniendo en primer plano lo que es realmente importante cuando se habla de mujeres: La Subjetividad.

En consecuencia, esto libera al velo y a las mujeres que lo usan, de las cargas ideológicas que se han puesto sobre él en todo el mundo y a través de la historia. Lo que el cubrirse significa para cada mujer en particular, como expresión de su experiencia personal. La apropiación del hiyab o niqab, como una decisión relacionada con el Empoderamiento sobre la identidad, la fe, el cuerpo, la espiritualidad y la historia de vida propia.

Mi Hijab, Mi Cuerpo: Una Musulmana Feminista Sobre El Acoso Callejero

Mujer musulmana vistiendo según el código islámico

Ya lo dijo Astor Piazolla en la Balada para un Loco: “Las callecitas de Buenos Aires, tienen ese que se yo, viste?” . Ese “que sé yo” tiene para mi, al menos, un nombre: acoso callejero o «street harrassment» esa opresión verbal y física, que invade el espacio personal y la libertad de circular y que toma ribetes que van desde lo graciosamente despreciable hasta lo insultante o hiriente.

Argentina es una sociedad acostumbrada a la desnudez: En la Tv hay programas de baile en los cuales las chicas bailan con ropa muy pequeña y la cámara hace close-ups directos a sus senos y su pubis en repetidas oportunidades. También es normal que sus traseros estén en primer plano mientras se mueven. Más de una conductora se ha desnudado mientras hacía el programa sólo porque sí. La mayoría de las revistas de farándula tienen siempre a alguna mujer semi-desnuda en la portada. Las revistas pornográficas se exponen en los kioscos a la altura de los ojos, y cualquier transeúnte puede ver las cubiertas, donde aparecen hombres y mujeres desnudos en posiciones sexuales.

En todas las veces que salgo a las calles de la capital federal por motivos de trabajo o personales, no han faltado desagradables episodios en los cuales he tenido que soportar violentas expresiones de acoso. Sólo para ilustrar de qué estoy hablando, les mencionó algunos de los “halagos” que he recibido, por ejemplo, en la boletería del tren: “Que linda eres, ¿Quieres compañía?”, “Pareces una muñeca oriental, te como toda!” “Hola mi amor, quieres probar a un Macho Argentino?”, “Que buen par de tetas!” “Que rico culo debes tener debajo de esa falda amor!”

Esto sin mencionar que más de una vez y aprovechando que tanto el tren, el bus o el subterráneo van tan llenos que no cabe una aguja, algún señor se ha frotado contra mi aprovechando los vaivenes del viaje. No quiero decir con esto que la totalidad de los hombres argentinos sean así, si bien los machismos de todos tamaños y texturas son pan de cada día.

Tal vez ustedes estén pensando que soy una mujer de belleza deslumbrante o que ando por la calle con ropa que deja ver mis atributos. No soy nada de esto, y en todo caso, si lo fuera, eso no justifica el acoso. Yo no cumplo en lo absoluto el estereotipo de belleza argentino: No soy rubia, alta, de piernas largas, cuerpo delgadísimo de top model, ni ojos claros. Tampoco soy una “morena caliente” al estilo Jennifer López.

Mi tipo es claramente latino, sin traza europea alguna. Esto significa que soy bajita (1.58 cms), de ojos oscuros y sí, tengo curvas.  Eso no justifica el acoso sexual en la calle. De hecho, para el estereotipo argentino de belleza, mi talla es sinónimo de “Gorda”.

La idea de «Ir cubierta» admite variaciones según lugar, estación y decisión personal

El acoso no tiene que ver con la visibilidad de mis cuerpo, porque cuando salgo a la calle este no es fácilmente visible. Soy una mujer musulmana que sale a la calle cubierta. Y cuando digo cubierta me refiero a que visto un Jilbab o un pantalón con un minivestido que cubre el triángulo del pubis y un Hiyab. El Jilbab puede ser un vestido de una pieza o bien una falda amplia hasta los tobillos y una camiseta con mangas largas. El Hiyab, en este caso entendido como pañuelo islámico envuelve mi cabeza, cuello y parte de mis hombros. Solo es posible ver mi cara y mis manos. Nadie me obliga a vestir así, es mi decisión. Tampoco me cubro por miedo a provocar los deseos de los hombres sobre mi persona. Tengo muy claro que nada en mí puede evitarlo.

Si el acoso sexual no es una cuestión de belleza o de cuanta ropa cubre el cuerpo, es entonces una cuestión de poder. El poder para cosificar a una mujer en el espacio público, a través de expresiones o avances físicos de connotación sexual, para mostrarle que lo publico no es su lugar natural y que si no desea ser molestada, debe volver al mundo privado: El hogar.

Y en este sentido, yo pienso que si estuviera vestida como «una mujer más», no llamaría la atención para nada y hasta sería considerada dentro de la categoria de “No sexualmente atractiva”, por lo tanto, creo que el imaginario social con respecto a la mujer musulmana en una sociedad de raíz occidental y altamente erotizada como la argentina, predispone a que mi presencia en los espacios públicos, sea vista como altamente provocativa, por dos razones:

La primera tiene que ver con la dicotomía vestido-desnudez. La desnudez es la forma principal de cosificación del cuerpo de la mujer en esta sociedad. El estar yo cubierta es una oposición deliberada a dicha cosificación a través del desnudo, el cual además se percibe como sinónimo de “libertad”: Una mujer exponiendo sus partes íntimas en televisión, se considera un acto de liberación femenina y hasta feminista; sin embargo, lo único liberado son las urgencias sexuales reprimidas de algunos caballeros, gracias a la exposición voluntaria de la mujer objeto. Esto además, debilita el discurso feminista sobre las capacidades e identidades particulares de cada mujer como base de su emancipación, la cual, entre otras cosas, no es sinónimo de desnudez, sino de autonomía sobre el propio cuerpo.

Si bien ir cubierta no previene el acoso, tampoco debería ser motivo de él.

Mi cuerpo cubierto, como forma de expresión de mi autonomía sobre él, desafía al patriarcado al oponerse a dicho concepto de “Liberación Femenina” que complace el sexismo de una cultura fuertemente arraigada en el poder sexual del macho sobre la hembra. Yo me declaro libre a mi manera y en este proceso no hay interés por cubrir las expectativas del machismo, lo cual crea curiosidad, alguna resistencia y alta expectativa erótica: En la mente del macho promedio, sigo siendo una mujer objeto pero “me cubro esperando que un hombre me descubra”, lo cual abre la puerta a una nueva forma de cosificación del cuerpo femenino.

La segunda razón tiene que ver con la construcción del “otro” diferente a partir del eje autoridad-subalteridad, en el cual la cultura en la que vivo representa el discurso autorizado y los elementos visibles de mi identidad religiosa son reconocidos como elementos de un lenguaje subalterno, de parte de un “otro” diferente que no es igual, no sólo porque luce o tiene elecciones de vida distintas, sino porque se le considera menor.

No es usual ver una musulmana en la calle, porque se presume que “vive encerrada por el marido bajo 7 llaves”; menos se espera verla en una marcha contra la violencia de género, dando una conferencia pública sobre Feminismo o hablando en la radio sobre sexualidad y derechos reproductivos; mi presencia real rompe todas las ideas preconcebidas y los estereotipos de la mujer musulmana, que viven en la mente occidental, bien alimentados por la industria cultural: Desde la sumisión pasiva de una mujer sometida a la violencia del macho y a la tiranía del velo, a la cual es necesario liberar y enseñar la libertad de la democracia; hasta el mito de la sultana, la odalisca, la chica del harem, silenciosa y complaciente, que esconde bajo la ropa un paraíso de orgasmos, siempre lista a la necesidad sexual del amo; sin dejar de mencionar el estereotipo étnico-cultural que hace a muchas personas suponer que soy árabe, turca o iraní, hablarme en inglés o francés o tratarme como una ignorante en base al soberbio prejuicio de que “Tú no entiendes nuestra cultura” (mi cultura es la misma de ellos, sudamericana) como si, por su parte, ellos entendiesen lo que es el Islam sólo con verme pasar.

En ambos casos, el acoso sexual actúa como estrategia de subyugación de parte del poder del patriarcado y su normatividad erótica y cultural que se resiste a aceptar un “otro” que se construye a si mismo, con un discurso propio con respecto a la manera en que declaro autonomía sobre mi cuerpo y me empodero en torno a los elementos de mi identidad. Mi presencia rompe los esquemas del orientalismo y del machismo, ya que hago uso de mi derecho a resistir la “liberación femenina” del sexismo y me rebelo contra los intentos de disciplina que pretenden hacer de mí una expresión menor de identidad femenina, cuya libre circulación y participación en el espacio público, debe ser autorizada por el falocéntrismo dominante, de lo contrario se expone a ser tratada como un objeto disponible para todo tipo de maltrato.

Publicada originalmente en Inglés en: Week Woman

Mujeres, Identidad y Deportes: ¡Esto no es Fair Play!

En el verano del 84, mis amigas y yo organizamos un equipo de fútbol en el barrio. Invitamos a las niñas de barrios vecinos a organizar sus propios clubes de fútbol. Para el 15 de enero, estábamos en condiciones de jugar el primer campeonato en el distrito. El único objetivo era jugar: no teníamos requisitos de uniforme, edad, apariencia, religión o lugar. Si eras una chica futbolera, tú y tus amigas eran muy bienvenidas.

Nunca nos preguntamos, y nuestros amigos varones tampoco, si estábamos haciendo bien, si era lo adecuado para chicas, si con nuestra audacia usurpábamos los derechos de la masculinidad. Más bien los chicos nos estimularon a jugar y aún más, algunos sacrificaron un par de tardes de excursión a la arboleda para apoyar el entrenamiento. Era la dignidad de la pandilla la que estaba en juego y no cabían las discriminaciones de género.

He leído en periódicos y revistas, información de todo el mundo sobre las mujeres en el deporte y la manera en que ellas deberían lucir. Sólo para mencionar dos ejemplos: Por un lado,el equipo de fútbol femenino de Irán fue descalificado por la FIFA de participar en los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

La razón principal de esta medida fue que el uniforme que lucían las chicas, compuesto por pantalón, camiseta de manga larga y pañuelo islámico, no se ajustaba a los requerimientos de la organización. Incluso se dijo que el uso del hiyab- velo que cubre la cabeza como símbolo de opción religiosa -era peligroso para el desempeño de las mujeres en la cancha.

Por otro lado, la FIBA- Federación Internacional de Básquetbol- decidió cambiar el uniforme de las chicas, haciéndolo más corto y ajustado. Desde ahora, los shorts deben estar 10 centímetros más arriba y las camisetas no pueden separarse del cuerpo más de 2 centímetros. En este caso, los argumentos rayan con el cinismo: Reduciendo los uniformes, La FIBA dice promover la identidad de género, ayudando a las deportistas a diferenciarse de los varones.

Creo que en ambos casos, y en otros parecido, los únicos dos conceptos relacionados con la mujer son discriminación y sexismo.

Discriminación religiosa. El hiyab es parte de la identidad de muchas mujeres musulmanas. Es una manera de hacer visible a los demás su religión y con ello, sus valores, su forma de vida y hasta su cultura. En un mundo occidental lleno de prejuicios contra lxs musulmanes, y enviciado de información manipulada sobre el islam, la prohibición de la FIFA no hace más que aumentar la confusión y las falsas ideas. Se considera el hiyab inseguro porque, en esencia, la FIFA y sus autoridades, muy políticamente correctas, piensan en el fondo de sus prejuicios, que el Islam es peligroso y que las deportistas de Irán son unas féminas sometidas a un sistema de vida y una manera de vestir primitiva según el canon de la moda a este lado del mundo. Basta con revisar que países están impidiendo la participación de deportistas que usan velo o uniformes que cubren la cabeza, para darse cuenta que se trata de decisiones políticas más que deportivas.

Siempre escuchamos de parte de los líderes de opinión sobre la necesidad de estimular la participación de las mujeres musulmanas en escenarios de mayor visibilidad.¿Cómo es posible hacer eso cuando ciertos aspectos de su identidad se limitan?

Sexismo. La FIBA por su parte, aduce razones de género. En realidad estos argumentos, aducidos en nombre de una falsa igualdad, esconden la opresión de las mujeres involucradas. Este es un asunto de poder que proviene del dinero, los patrocinadores y los acuerdos comerciales para decidir qué es una mujer y cómo se utiliza su identidad,de acuerdo con los objetivos de la publicidad, para estimular el voyeurismo, el consumo de cerveza y la comida chatarra, la compra de artículos de deporte de alta gama pero, en ningún caso, los derechos de las mujeres en el entorno deportivo, su inclusión en el básquetbol o la práctica de actividades deportivas para mejorar la salud.

¿No era el deporte una sana competencia? ¿Un motivo de reunión con objetivos de amistad? ¿No eran las Olimpiadas un evento cuya convocatoria es mundial, para fortalecer la amistad entre los pueblos, representado por cinco aros que representan su universalidad?

Estos casos hacen gala de una vergonzosa falta de Fair Play hacia las mujeres y contra los intentos de una mayor visibilidad y ampliación del ejercicio de derechos.Tanto la FIFA como la FIBA se comportan como un par de jugadores muy «chancheros», ya no sólo para hacer un gol al rival sino para manipular y discriminar a las mujeres.

Es hora para las autoridades deportivas, de mostrar para quién juegan en realidad y cuál es el verdadero color de sus camisetas y hacer una declaración firme sobre cómo llenar el espacio vacío entre las normas, la tolerancia y de género.

La identidad es un derecho, una constante búsqueda sin término ni día de llegada. Pertenece a cada hombre y mujer como una prerrogativa y no puede ser utilizada o manipulada en los términos y condiciones de los demás. La búsqueda y la definición de nuestra identidad es un proceso de transformación, donde el deporte puede ser un aporte estratégico hacia un ser humano mejor y más feliz. Mientras tanto, las mujeres seguiremos jugando por la justicia social y la inclusión:»Citius, Altius, Fortius» (Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte).